El Olimpismo es una filosofía de la vida, que exalta y combina el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos fundamentales universales. Cualquier forma de discriminación contra una persona es incompatible con la pertenencia al Movimiento Olímpico.
¿De verdad la sociedad respeta estos principios de la Carta Olímpica? ¿Puede ser que se nos esté yendo este asunto de las manos? Tres ejemplos clarifican la respuesta a estas preguntas:
– Mayo de 2013. Partido de prebenjamines en Las Palmas de Gran Canaria. Alejandro, con tan solo cinco años separa a su entrenador y al árbitro mientras estos se increpaban. La fotografía del momento dio la vuelta al mundo y el comportamiento de Alejandro fue alabado por todos. Repito, solo cinco años.
– 15 de marzo de 2014. De nuevo partido de prebenjamines. Pero este caso va más allá. El árbitro de 16 años termina el partido en el hospital tras recibir una paliza del padre de uno de los niños que disputaban el partido.
– 16 de marzo de 2014. Final de la Copa de España de Fútbol Sala. Inter Movistar y Pozo Murcia disputan el partido. En una jugada, tras una falta clamorosa, el infractor del Inter termina metiendo gol. Duda, entrenador del equipo murciano entra en un estado de exaltación máxima y comienza una retahíla de insultos que nos ahorraremos de transcribir aquí. Los árbitros incomprensiblemente, tras ser menospreciados de esa forma, no expulsan al entrenador. Tras ganar la final, Rafael, jugador de Inter se mofó del equipo rival; y durante la entrega de trofeos José María García y el propio Duda de nuevo casi llegan a las manos.
En los tres ejemplos los árbitros aparecen en escena. Pero no quisiera que nos quedásemos en estos hechos, sino que sirvieran para reflexionar y ver hacia dónde lleva la sociedad el deporte, y más allá aun, hacia dónde va la propia sociedad.
Hemos perdido el respeto hacia todo y todos. Una diana muy fácil son los árbitros. Cualquier persona que acude a un campo a ver un partido de cualquier categoría, cualquier persona que consume deportes en los medios de comunicación sabe de lo que hablo. Todos en cierta manera somos culpables de que se produzca esto. Hubo una época en la que era hasta chistoso, y escuchar a la gente decir que se iba al campo de fútbol a insultar a todo el que pasara por allí para desfogarse era “normal”. Lo peor es que sigue ocurriendo. Con un agravante, se ha pasado la línea. Las ligas de barrio se convierten en torneos de prestigio mundial, la presión de los padres porque sus hijos sean las futuras estrellas del fútbol, el respeto cero ante nada y ante nadie. Ni al entrenador, ni al árbitro, ni ante sus propios hijos.
También es cierto el dicho de “donde fueres, haz lo que vieres”. Si en el mundo profesional, ejemplo absoluto de lo que se verá en el resto de la sociedad, suceden estas cosas ¿Por qué no lo voy a hacer yo? Puede que se esté perdiendo el juicio, y estemos normalizando y aceptando actitudes y comportamientos que chocan frontalmente contra nosotros mismos. Sí, sí a nosotros como personas. Por muy importante que sea en nuestro día a día el deporte no deja de ser eso, deporte.
Debemos corregir actitudes. Que un entrenador como Pizzi se permita el lujo de decir que los árbitros “siempre le perjudicaron” y marcarles como culpables del rumbo de ciertos momentos de su carrera deportiva, tiene repercusión en el partido de cadetes de la liga de la comunidad autónoma que quieran poner de ejemplo.
Debemos cambiar todos. Desde lo más alto, equipos e instituciones personales, hasta lo más bajo, como el padre del niño de ocho años que no muestra el más mínimo respeto. Porque si es duro ser árbitro profesional con la protección que tienen a ese nivel; más lo es arbitrar en campos de ligas menores.
Si no cambiamos y seguimos normalizando, los ejemplos expuestos al inicio dejarán de ser noticias y formarán parte de una innumerable lista de hechos bochornosos; “pero normales”.
Tú, si tú, querido lector, pensarás que este artículo no te ha aportado nada que no supieses. Que has perdido el tiempo leyendo obviedades. Tranquilo, tengo la respuesta para eso.
Efectivamente, son obviedades. De hecho un niño de cinco años hace un año lo dejó más que claro separando a un entrenador y a un árbitro. Pero, entonces, ¿por qué el pasado fin de semana un padre, ante la mirada de su hijo y sus compañeros y rivales, de cinco y seis años, manda a un árbitro, menor de edad, al hospital de una paliza? Reflexionemos si el camino que hemos tomado para vivir el fútbol, y el deporte en general (también existen casos similares) es el correcto.